“Dios: ausencia y barbarie”, por LILIANA HERRERA

NOVUM, Revista de Ciencias Sociales Aplicadas de la Facultad de Administración de la Universidad Nacional de Colombia, vo. 4, nr. 9, 1992.

Introducción a una investigación sobre “Caída y Civilización”. Se elaboró como parte de la conceptualización para el proyecto: “Alternativa cultural para el fenómeno de la Droga en Manizales”.

Hice bien en dejarme llevar por la gran ola divina (…). No me ha salvado ni de la muerte, ni del mal, ni del crimen, pues gracias a ellos nos salvamos. Me ha salvado tan sólo de la felicidad.

M. Yourcenar

Casi con acierto podemos iniciar nuestro ensayo con una cita de Steiner que da cuenta de nuestras inquietudes respecto al problema de la decadencia de la cultura entendida desde una perspectiva metafísica de doble movimiento por la cual los procesos de modernización constituyen el elemento mediador con el que queremos sostener, al tenor de Cioran, la devastación espiritual como obra de la historia y, por lo tanto, de la cultura.

Dice Steiner:

La mayor parte de la historia parece arrastrar consigo vestigios de un paraíso perdido (…). El mito de la caída es más vigoroso que cualquier región particular (1).

(1) STEINER. En el Castillo de Barba Azul. Barcelona: Gedisa, 1990.

Una consideración de la cultura en la perspectiva planteada por Steiner nos obliga, así, a situarnos en un terreno esencialmente metafísico -no por ello menos real- el cual se vincula con algunas tendencias filosóficas del siglo XIX y XX. Esta vinculación nos permite afirmar la necesidad de realizar Universidad la síntesis entre estas tendencias que responda y aclare el problema de la cultura y el furor devastador implícito en ella.

Nuestra afirmación anterior se encuentra justificada por el mismo Steiner: “la imagen que llevamos en nuestro interior de una coherencia perdida, de un centro rector tiene mayor autoridad que la verdad histórica” (2). Nuestra tesis, entonces, es la siguiente: la historia, la “caída en el tiempo”, como la denomina Cioran, fue producto de una escisión original que como tal se repite en todos y cada uno de los niveles de relación de los individuos.

Por supuesto esta tesis no goza de originalidad. Lo que sí parece claro es que la Caída, en sus aspectos filosóficos y tecnológicos, no sólo remite a una consideración del problema del conocimiento sino también de la conciencia. Hablamos de la original y gran escisión. En una perspectiva hegeliana, el mito de la caída -de la caída humana – representa el momento de la conciencia. Pero como división, como ruptura, significa pérdida de la unidad esencial que se expresa en el ‘saber del cuerpo’. Esto no es otra cosa que la división esencial y eterna entre cuerpo y espíritu. Dicho de otro modo, la conciencia de manera inmediata inaugura el nacimiento del espíritu y con éste la necesidad o de conciliación o de destrucción del elemento que niega el ascenso del espíritu (3). Sin embargo, hay aquí una pregunta inevitable: ¿Cuál fue la necesidad de la escisión? Hegel habla de una alteridad necesaria al espíritu para que pueda entrar en la existencia (4). Pero si hablamos de espíritu es claro que este tiene una designación, más que significativa, que constituye su definición y su ser: Dios. Dios se escinde en la creación, es decir, en la realidad, en la objetividad, que es tanto como decir “conciencia”. Ahora bien, si se nos concede que la escisión es pérdida, esto quiere decir o que Dios está enajenado o que simplemente está ausente. Retomemos a Cioran:

En los comienzos, en esa promiscuidad en la que se opera el deslizamiento hacia la vida, algo innombrable debió pasar que se prolonga en nuestros malestares, si no en nuestros razonamientos. (5)

(5) CIORAN. Aciago Demiurgo. p.9.

Miremos inidalmente la segunda posibilidad que hemos planteado: la ausencia divina.

Es claro que este problema hay que considerarlo a la luz del politeísmo y el monoteísmo, horizonte que explica el nacimiento de la conciencia. En términos generales, el politeísmo, como claramente lo aborda Cioran, representó la libertad humana, en el sentido en que ésta no sólo contaba con un Dios distinto para cada una de sus necesidades, sino que también los dioses no esperaban del hombre la elevación a su conocimiento. Es decir, el hombre carecía de mundo interior o de subjetividad en la medida en que él se encontraba directamente relacionado y unido naturalmente con el cosmos y la divinidad. El monoteísmo, por el contrario, conlleva una exigencia, la entrada al mundo del espíritu y la elevación -léase también abandono- que el hombre debe hacer de su determinación inmediata. Se instaura, por así decir, la subjetividad, el mundo interior y la absoluta e imposible exigencia de alcanzar a Dios y la proyección:

Nunca se impuso al espíritu humano exigencia más feroz, más cruel, pues el espíritu humano tiene la tendencia compulsiva, orgánicamente determinada, a la imágen, a la presencia representada (…). Para todos, salvo para muy pocos, el Dios mosaico fue desde el principio, aún cuando se lo invocara apasionadamente, una ausencia inconmensurable (6).

(6) STEINER. Op. Cit. p.57.

Al quedar el hombre absolutamente solo ante la absoluta ausencia divina, pierde su inocencia, la posibilidad de la felicidad y una identidad fundamentada en la presencia casi humana de los dioses ya muertos y sustituidos por el único Dios vengador. La única identidad posible y, por tanto, la única definición del hombre, es decir, su verdad, es el mal. La ausencia de Dios implica la presencia de un demiurgo aciago con el que el hombre se. identifica y descarga en él su mundo interior castigado por la ausencia del amado (7). Pero también implica el nacimiento de lo que Freud llama “la melancolía”. Veamos. Es un hecho que todo abandono genera una dialéctica entre amor y odio. Pero el odio se desdobla: hacia el amado que nos ha abandonado y hada nosotros mismos porque somos culpables del abandono. En términos psicoanalíticos, perdido el objeto de amor (objeto original) la libido incapaz de dirigirse hada otro se dirige hada el yo. Así, el sentimiento de pérdida subsiste siempre, pues la libido no se resigna a la ausencia y no busca sustituto. De esta manera, asistimos al proceso de autodestrucción que, en términos generales, es la historia y la cultura:

Pero aquella exigencia continúa estando en vigor… inmensa, inexorable. Castiga como un martillo a la conciencia humana para pedirle que se trascienda, que alcance la luz de una comprensión tan pura que es ella misma cegadora. Así retomamos a la grosería, a la incivilidad Y, lo que es más importante, el autorreproche. Porque el ideal está aún presente (8).

(8) STEINER. Op. Cit. p.58.

En efecto, si el hombre no se resigna a la pérdida, si la exigencia es absoluta e imposible a causa de la determinación humana, y si se instala el odio, la historia, la cultura y la barbarie que le es esencial, serán la venganza del hombre contra Dios. Lo anterior podemos sustentarlo con una cita de Steiner que aunque se refiere puntualmente a la segunda guerra mundial tiene, a nuestro juicio, una validez general histórica:

El genocidio representa un impulso suicida de la civilización occidental Fue un intento de nivelar el futuro o, más precisamente, de ajustar la historia al salvajismo natural, al sopor intelectual y a los instintos naturales del hombre común (9).

(9) Ibid. p.67.

2. Cuando hablamos de una metafísica de doble movimiento, nos referimos a dos momentos simultáneos que encontramos en la historia y en la cultura.

El mito de la caída en la perspectiva hegeliana tiene implicadones de carácter gnoseológico, metafísico e histórico.

La escisión como conciencia es la irrupción del espíritu en la existencia en dos sentidos: como conciencia de lo particular expresada en la lucha entre el cuerpo y el espíritu, entre las necesidades particulares y la ley universal, y de manera objetiva en la historia que deviene, en virtud de la filosofía, espíritu absoluto. El movimiento, pues, le corresponde del todo al hombre. Desde la caída o nacimiento de la – conciencia de ser otro, el hombre construye cultura. Y hacer cultura no otra cosa que el despliegue necesario del espíritu que, a su vez, contiene todos los posibles desgarramientos para alcanzar el objetivo que le es propio el conocimiento de sí mismo (10).

Así, pues, la historia racional o, si se nos permite el término, el lado positivo de la historia significa el ascenso del espíritu hada sí mismo, ascenso cumplido gradas al hombre y a costa de él. Pues, como ya habíamos afirmado, la separación del hombre de su unidad inmediata le presenta la exigencia de desenvolver dicha separación para lograr la conciliación ya no inocente. En otros términos, Dios necesita del sacrificio humano para recuperarse a sí mismo. En este sentido, la cultura representa la violación de la determinación propia de lo humano para salvar a Dios de su nula omnipotencia:

Permanentemente el chantaje con miras a la perfección estuvo martillando la confusa, mundana, egoísta estructura del hombre común y su conducta instintiva, cual una nota estridente en el oído interior Los hombres no son ni santos ni ascetas; su imaginación es grosera; generalmente su sentido del futuro es el próximo mojón del camino (11).

(11) STEINER. Op. Cit. p.65-66.

Desde el mismo Hegel, la historia del espíritu en sus distintas manifes- tadones objetivas y absolutas, es la historia de un drama cuyo personaje prindpal sólo podía desempeñarlo el hombre, pues sólo a él le corresponde la condenda de sí (escindida) y la condenda de otro que no es él. No es, entonces, descabellado suponer (como lo supone Steiner y a su manera, Cioran) que a la base del desarrollo histórico se encuentra una exigencia que definitivamente el hombre no pudo cumplir porque excedió su propia naturaleza.

Pero ¿cuándo apareció la conciencia de este fracaso?

Si aceptamos que la conciencia tiene a un nivel lógico su desarrollo, tendríamos que afirmar que el “saber del fracaso” se inició en el siglo XIX.

Corriendo los riesgos de la interpretación, podríamos afirmar que el momento de la autoconciencia de la humanidad aparece en el siglo XIX en dos sentidos. En primer lugar, como autoconciencia del recorrido del espíritu y su realización en la filosofía, momento representado en Hegel. En segundo lugar, autoconciencia de la ausencia de Dios que condujo al hombre a hacer de la historia -de sí mismo- un proceso de autodestrucción -o barbarie- y de venganza contra aquel, momento expresado por el psicoanálisis (12). Estos dos momentos los podemos decir de la siguiente manera: de un lado, la realización del espíritu absoluto nos deja definitivamente sin Dios; de otro, la primera escisión, la original -que quizá corresponda también a la creación- introdujo de suyo la enfermedad en el hombre- Es decir, el hombre es un ser enfermo de ausencia y por tal ausencia desea morir (13). En este sentido, la ausencia o ruptura original con Dios se convierte en la esencia atávica que ha determinado a la humanidad a través de su progreso histórico ha construir un mundo que escapa a los objetivos racionales (concientes) erigidos por la Ilustración que se orienta en un sentido ignorado por el hombre que es, con todo, devastador:

…la humanidad en todos sus inagotables esfuerzos y su progreso, no tiene idea de lo que en realidad quiere (…) Nuestros deseos reales son inconcientes (…). La humanidad inconciente de sus deseos reales y por ello incapaz de obtener satisfacción, es hostil a la vida y está dispuesta a destruirse a si misma. Freud tenía razón al postular la existencia del instinto de la muerte, y el desarrollo de las armas de destrucción hace claro nuestro presente dilema (14).

(14) Ibid. p.10.

O como el mismo Brown lo afirma “el hombre es el animal que se reprime a sí mismo y crea cultura o sociedad con el fin de reprimirse a sí mismo” (15).

Ahora bien, Steiner sostiene que el siglo XIX, a pesar de mantener la idea de un progreso racional, estuvo cruzado por un “gran ennui”. Al ser el siglo no sólo de la autoconciencia histórica sino también de la contradicción entre la intención racional y las condiciones reales de producción, dió origen a un elevado progreso unido paradójicamente a la desesperanza y a la decadencia. Esto explica también de alguna manera que pueblos e incluso individuos de sensibilidad exquisita y profunda hayan promovido y promuevan hoy la destrucción de otros.

No existe una cultura pura aislada del desarrollo capitalista, dice Canclini. Los procesos de modernización contienen en sí mismos el elemento de disolución que, como ya hemos visto, se explica metafísica y psicoanalíticamente. Pensamos en una pregunta que hace Steiner:

¿Es razonable suponer que toda civilización elevada desarrolla acentos implosivos e impulsivos que la llevan a la autodestrucción? ¿Tiende un complejo tan delicadamente equilibrado, simultáneamente dinámico y limitado, necesariamente a un estado de inestabilidad y, por último de conflagración? (16).

(16) STEINER. Op. Cit. p.41.

Si el hombre, como lo afirma Cioran, es la enfermedad de la vida, si a pesar del ideal, lo que mueve al hombre individual y colectivamente es la pulsión de muerte, entonces tendremos que responder a Steiner afirmativamente. Con esto volvemos a nuestras apreciaciones iniciales con interrogante fundamental: ¿Por qué Dios es un sádico?. Yourcenar lo dice de manera hermosa:

…me parezco a la muerte, esa vieja amante de Dios. Como el peor de los maniacos sólo amó mis lágrimas (17).

(17) YOURCENAR. M. Fuegos.

El curso de una intuición de esta naturaleza (y que puede desarrollarse ampliamente) nos lleva a otra consideración no menos compleja que la de la necesidad -ya planteada- de una síntesis de las tendencias aquí referidas. Se trataría de la resolución de esta colosal problemática que debe desprenderse de la exposición misma.

En el elemento de la intuición -que es el que por ahora nos asístese perfilan, también de manera dialéctica, dos lados.

El primero tendría el acento en un estudio concienzudo de la obra cioraniana que, sin lugar a dudas, arrojaría el resultado ya implícito en la exposición que aquí hemos realizado. Admitir con Cioran la irremediabilidad de la decadencia de la cultura es llevar a una forma radical la posición un tanto arriesgada -por demás poco alentadora- de Steiner: admitir una poscultura que, como él mismo la define, es “cultura disminuida” (18). Lo que implicaría que asistiéramos definitivamente al derrumbamiento de lo humano si efectivamente se abre la “última puerta de la noche”. Esta feliz metáfora no es a nuestro juicio otra cosa que la pulsión de muerte elevada a un grado del todo sofisticado y que se encuentra configurado por la ciencia y la tecnología.

El otro lado, tiene que ver con la nueva perspectiva del psicoanálisis hecha por Brown quien considera no sólo la necesidad de una lectura de la cultura bajo el instrumento teórico del psicoanálisis, sino también la posibilidad de una salida. Si la tarea terapeútica es “hacer conciente lo inconciente”, no es posible devolver a la represión aquello que explica la enfermedad individual y humana. En este sentido, creemos que la propuesta de Brown es del todo política, pues aquello que se ha revelado debe salir al mundo como dialéctica de vida, valga decir, como aquello que permite transformar ese mismo mundo de manera colectiva.

Si lo que se hace conciente toma la forma de lo racional, podríamos entonces extrapolar el sentido de una afirmación de Steiner a nuestro contexto y que bien podría dar cuenta de lo que hemos llamado una ’dialéctica de vida’: la razón sería el elemento capaz “de contener el terror de la historia” (19).