¿Ocuparán los pétalos el lugar de las ideas?…
Uno de los temas recurrentes en la lamentación cioraniana es el de los paraísos: el que perdimos por nuestra caída y el efímero que perdemos día a día. De esto es un buen ejemplo un libro extraño, monótono y fatigosamente bello en su expresión: hablamos del Breviario de los vencidos. Leído en nuestra lengua, este texto adquiere una singular belleza y es desde su traducción al español que surge nuestra reflexión[1]. Este Breviario parecería ser el más íntimo (exceptuando, claro está, Cahiers) por su atmósfera lunar, pictórica y fúnebre que expresa como ningún otro de sus textos rumanos una terrible desolación[2]. ¿Qué intuición, nos lleva a esta idea? La fecha en que empezó a escribirlo; la fecha en que lo abandonó; y su edad[3]. Es el libro medianero de su paso de Rumania a Francia, del rumano al francés, del tormento juvenil a la edad madura, del furor adolescente a la saña escéptica. En él se evidencia así mismo el abandono del nietzscheanismo vinculado a sus obras rumanas. Representa un punto de llegada -psicológicamente hablando- al igual que un punto de partida de lo que será Breviario de podredumbre -juzgado generalmente como una rendición de cuentas-; pero en aquél se desenvuelve una absoluta intimidad. No parece, pues, que fuera un texto de notas que sirvieran de base, a manera de taller, para posteriores publicaciones como es el caso de los Cahiers, al decir de algunos especialistas. En él, las contradicciones se ponen de otro modo: son lamentaciones, iracundas a veces, otras, resignadas o blasfemas pero sobre todo desoladas. Cioran “deseoso de infortunios”[4] quiere obligar a Dios a reconocer su culpa. Ya no son, pues, propiamente contradicciones sino que son la expresión sincera e íntima del sentimiento de la fatalidad. Bajo un régimen lírico, el tema que cohesiona todo esto es la muerte, tanto a través del terror como del deseo de ella. Por esto se puede hablar de Breviario de los vencidos como de un canto a lo efímero.
Dignidad de la apariencia
“Ni modestia, ni paciencia nos harán dueños de lo que perdió nuestro fatal ancestro”[5]: la eternidad, el no ser, la nada, la indiferenciación. Tres conceptos que apuntan a un mismo sentimiento, a una misma desazón, y a un único sufrimiento: el de ser en una insuficiencia sustancial. De ahí que las experiencias místicas de Cioran le hayan dejado la nada de Dios y lo efímero de la belleza. “El mero hecho de ser es tan grave que, comparado con él, Dios es una bagatela”[6]. Es el ser de lo efímero y ser efímero.
¿Qué otra cosa nos queda por amar sino esta tierra, esta vida que es la apariencia única y real? Como canto se justifica en la anulación de la antítesis filosófica y literaria ser-apariencia que eleva a esta última a rango de realidad. Si penetramos en la oposición correlativa, paraíso-caída, vemos que lo efímero se eleva a nivel de ley, a lo que en verdad es real y eterno. Esto es lo que podemos entender por historia o la “negación del jardín”[7], una de las poéticas definiciones cioranianas. En tanto ley, se trata -en términos hegelianos-, de la permanente desaparición del fenómeno[8]. Dicho en otro registro, nos encontramos en la constante de la muerte, en “la eternidad de lo efímero”[9].
La muerte, lo efímero, dignifica las cosas y convierte al mundo en un segundo paraíso, pero esta vez, negativo. En la lucha por encontrar reposo, nace en el sujeto un amor sufriente por ese mundo en constante desaparición. Cioran se reprocha el haber abandonado esta “inmensidad del ninguna parte”[10] impulsado por el empeño de su alma en la búsqueda de transformaciones históricas o paraísos improbables ofrecidos por sus éxtasis, los cuales, sin embargo, se diluyeron en sus correspondientes caídas (que muy bien pueden ser una analogía de la caída en el tiempo). La piedad que nace ahora por la vida en permanente fluidez, es un amor que no tiene esperanza, pero estético, un amor en el que el sujeto lamenta su propia labilidad: “Si las cosas extintas supiesen cuánto las he amado se procurarían un alma sólo para llorarme. Ninguna de las cosas del mundo podría acusarme de indolencia…así me deslicé febril y cansado por su nada”[11]. Lo efímero se eleva a realidad solidificada y consistente. A través de ella Cioran intenta renunciar al cielo y es en ella donde radica la tentación de existir:
Piedad estética: tener un respeto religioso a las apariencias, hollar la tierra sin la nostalgia del cielo, creer que todo puede ser una flor y no solamente absoluto. Si nunca lamentaste el carecer de alas para no profanar la naturaleza con tus crueles pasos humanos, entonces nunca has amado esta tierra (…) Puedes mirar a lo alto todo lo que quieras: no conocerás el estremecimiento de los raros encuentros con esa tierra que menosprecias al caminar. Pero, cara a cara con ella, a solas con su tránsito, ¡qué suspiros de fraternal desconsuelo, de íntima amargura te llevan a unirte a ella en un conmovedor abrazo! ¡Bastante han sufrido mis ojos con vosotros, ángeles, santos y bóvedas![12]
¿Qué voy a hacer con el cielo que ignora lo que significa marchitarse, o lo que es el sufrimiento y el éxtasis de la floración? Quiero estar con las cosas destinadas a ser y morir con ellas… ¿Por qué os he hablado de extinción a vosotros, astros eternos? He estado buscando demasiado tiempo a la nada en otra parte. Pero retorno a los mundos donde soplan las penalidades. Por ellos deambularé como un ermitaño sediento de pecado”[13].
Cioran expía la condena del ser efímero por medio de la expresión lírica[14]. Sus quejas de expulsado, de caído y de condenado a muerte, se convierten en la queja de lo que está regido por la misma ley que a nosotros nos rige pero que no tiene voz: el mundo sublunar, terrible y efímero, bello y consistente gracias al arte: “De todo lo que es efímero (y no hay nada que no lo sea), cosecha sensaciones, esencias, intensidades. ¿Dónde buscar lo real? En ninguna parte fuera de las emociones, lo que no sube hasta ellas es como si no existiera. (…) Solamente el artista hace al mundo presente y solamente la expresión salva las cosas de su irrealidad fatal”[15]. La tarea del artista (aquél que está envenenado de Dios y de Nada, no el artista cerebral) es dar al mundo la consistencia y la frágil dignidad de la belleza: “Los poetas y sus versos pueden salvar la realidad, la vida cotidiana de su banalidad”[16]. En la expresión se constata de nuevo que el mundo sólo es mi representación y que el valor que le otorga el yo a lo perecedero en virtud de la belleza es lo que constituye el verdadero ser. En este caso, es a través de la palabra que el sujeto construye el ser de lo efímero: “Tal y como la Nada se vuelve Dios mediante la oración, de igual forma la apariencia se torna naturaleza gracias a la expresión. La palabra roba las prerrogativas a la nada inmediata en la que vivimos, le quita la fluidez y la inconsistencia”[17]; o: “¿Qué te queda de todo cuánto has vivido? Las alegrías y los sufrimientos anónimos pero a los que les has encontrado un nombre. La vida dura lo mismo que nuestros estremecimientos. Sin ellos es polvo vital. Elevemos lo que se ve al rango de alucinación; lo que se oye, al nivel de la música. Y es que en sí mismo, nada es. Nuestras vibraciones constituyen el mundo”[18].
Poesía y prosa
Entre las preocupaciones y pasiones de Cioran, encontramos el quehacer literario, la poesía y a la música, hasta el punto de que si alguien se dejara poseer por el impudor o por una voluntad de saqueo, podría llegar a entrever una cierta teoría del arte. Cioran establece una diferencia fundamental y sutil entre prosa y poesía que J. Marín sintetiza así: “…mientras la primera se muestra apta para la expresión concisa y equilibrada de los ingenuos de la razón (…), la segunda encuentra su cenit en el delirio, el éxtasis y el desgarramiento”[19]. Obviamente, Cioran no es un poeta, no es filósofo strictu sensu, tampoco un literato propiamente dicho. El régimen que gobierna su obra es el de la ambigüedad y la contradicción. Breviario de vencidos ratifica de nuevo el carácter inclasificable de su obra; por esto mismo tiene la fascinación de la apertura. Así como ella discurre entre la filosofía y la literatura, Breviario de Vencidos fluye a través de la difusa frontera que hay entre poesía y prosa, en la que el sufrimiento y la pasión son expresados de manera sincera, espontánea pero sin el furor desmedido de la adolescencia. N. Popescu señala a este respecto: “En un lenguaje y sintaxis eclesiásticos, de cortos pasajes muy próximos al poema en prosa, lamenta a la manera de Job y Jeremías, el abandono y la soledad”[20]. Si hiciéramos un ejercicio de selección siguiendo algunos criterios relativos a la poesía no tenemos duda de que el resultado sería una breve antología de poesía en prosa. Sin pretender entrar en una discusión que compete a la teoría literaria, la anterior afirmación se sustenta en la ya indiscutible realidad literaria del poema en prosa y en algunas de sus características.
Los especialistas en el tema afirman que el poema en prosa tiene ante todo el carácter de unidad, “integridad” o “cierre” a pesar de su original hibridez, además el de la brevedad que algún autor establece entre media y cuatro páginas[21]. Esto significa que la pieza tiene autonomía, que no obedece a un objetivo exterior a él, como sería el caso de un texto académico, de un ensayo o de un artículo. En este sentido, no tiene un propósito argumentativo, una intención didáctica ni persuasiva. Veamos los fragmentos del siguiente texto en los que incluimos el inicio y el final, y que consta de un poco más de dos páginas en la edición española:
No voy a dejar en paz al cielo. No necesito nubes decorosas ni el azul estúpido, ni la poesía barata de los ocasos almibarados. Alturas negras y tempestuosas, nubes de pez que en su caminar contaminen de noche los días insípidos, ¡de ellas colgaré mi acerbo tormento bajo un sol incoloro! (…)
Y tú, alma mía, mi pequeña alma, no te librarás de la suerte que aguarda al cielo. Tampoco te cubrirás de moho en el mortal reposo al que te predestinaron unos esmirriados ancestros. Templaré la implacable espada de alegre filo y te depositaré en su ensangrentada cuna para que no halles jamás descanso (…)
Te acostaré sobre un lecho de púas, el lecho del corazón. Te encadenaré a él con heridas. ¿Cómo podría seguir dando tumbos por el mundo mientras tú vas errante por otros mundos y desde allí sonríes a mis lánguidos anhelos? ¡Aquí, en medio de la agitación y los pesares, aquí te voy a aprisionar, fugitiva y traidora del tormento! ¡A tajos y mandobles acabaré con tu celo, celosa del cielo! ¡Y si no me abandonas, habrás hecho de mí un asesino![22]
En este mismo texto así como en muchas otras piezas de los que componen este Breviario se pueden encontrar otras de las características propuestas por algunos autores como el ritmo que en este tipo de poema es “más pronunciado”[23] que en la prosa y que aquí es desplegado en parte por la tensión intrínseca del texto y en parte por las “imágenes y densidad semántica”[24]. No obstante, debemos hacer una inflexión en esta exposición: muchas de las piezas del libro también son prosas poéticas pero ellas carecen de un objetivo exterior a sí mismas, es decir, no responden a otros objetivos previstos por el autor, de tal manera que el elemento poético que las acompaña no es simplemente un recurso estilístico, aspectos que definen a la prosa poética. Los textos tienen un énfasis prosístico porque es más evidente el aspecto reflexivo que, no obstante, no alcanza a configurarse como pensamiento por la irrupción de lo poético. Sin embargo, en estas dos formas de expresión, existe un leitmotiv recurrente, lo efímero, y una imagen literaria que persiste, la espuma. Aquí traemos dos ejemplos más:
…Quien a orillas del mar, durante horas seguidas, con los ojos entornados, paralelamente al tiempo, durante la horizontal del sueño y tan fugaz como la espuma sobre la arena dorada, no ha sentido la mezcla de felicidad y de nada de ese derroche de resplandor, ése no conoce ninguno de los peligros que la belleza ha traído al mundo[25].
¿Por qué habremos buscado redenciones en otros mundos si las ondulaciones de éste pueden volvernos eternos con más dulces aniquilaciones? Arrancaré una nada embriagadora de todas las floraciones y me haré de corolas de los campos un lecho donde dormir. Y ya no huiré a las estrellas ni me refugiaré en lejanías lunares.
El nirvana estético del mundo: alcanzar lo supremo en medio de supremas apariencias. Ser nada y todo en la espuma de lo inmediato. Y elevarse a los límites del yo, en lo inmediato y en lo pasajero[26].
Teniendo en cuenta las condiciones del nacimiento del género poesía en prosa y sus relaciones con la prosa poética, las de su desarrollo y su carácter específicamente urbano, quisiéramos agregar dos ideas más. En primer lugar, no parece absurdo afirmar que la poesía en prosa es un género que por sus virtudes hubiera sido del gusto de Cioran, en el hipotético caso de que hubiera querido expresamente escribir poesía. Recordemos, a este respecto, las confesiones hechas en Cahiers: “Me encuentro detenido entre la poesía y la prosa, sin poder optar por la una o por la otra; de los poetas tengo el ritmo; de los prosistas, la insistencia”[27]; o “Todos los poemas que podría yo haber escrito, que he sofocado en mi por falta de talento o por amor a la prosa vienen de repente a reclamar su derecho a la existencia, me gritan su indignación y me sumergen”[28]. En segundo lugar, se puede establecer una analogía entre el hecho de que el nacimiento de ese género se haya debido, entre otras cosas, al rechazo a la “tiranía de la forma”[29], y el hecho de que Cioran haya atacado vehementemente todo pensamiento sistemático, toda restricción que fuera en contra de la fluidez vital tanto en el campo del pensamiento como en el terreno de lo vivido. Pero no seamos ingenuos: en Cioran no hay propiamente una voluntad de poesía; sus “actos poéticos” pueden ser considerados como involuntarios o en todo caso debidos simplemente a su talento y a su necesidad de expresión. Entonces, sin forzar la interpretación, podemos afirmar que Breviario de los Vencidos, ya sea bajo el género que se lo considere, tiene indudablemente una sustancia poética no sólo por las características citadas, no sólo porque lo poético dejó de estar regido por reglas establecidas a priori, sino también por dos elementos fundamentales: la intimidad y la libertad. La intimidad se desenvuelve, según el M. Alba “bien sea en forma de confesión, de meditación, (…), de diario o de escritura autobiográfica, en donde las reglas poéticas están excluidas”[30]. Así, en “su autoexpresión y en su autoconfiguración, la voluntad expresiva no sólo crea libremente la forma sino que encarna en ella la propia libertad”[31]. Desde este punto de vista, habría que hablar de una interioridad desvergonzada y maestra[32]; habría que decir que lo poético, propiamente hablando, es la esencia y el poder creativo del espíritu[33]; que, en todo caso, la verdadera poesía “requiere la comparecencia del sentimiento y de la fatalidad”[34] y que “la imposibilidad de instalarnos en la actualidad, la vivencia ‘de lo que no podríamos poseer”*, el sufrimiento (…), el fracaso (…) y la necesidad de aullar (…) son para la poesía tanto o más necesarios que la pulcritud y el talento”[35]. Con esto, de nuevo, todo intento de sistematización y clasificación en lo que se refiera a la poesía de Cioran se revelaría infructuoso.
M. L. Herrera A.
[1] La traducción al español la hace directamente del rumano Joaquín Garrigós, Tusquets, Editores, 2010. Ahora bien, sin el ánimo de entrar en un debate sobre traductología, quisiéramos hacer notar que algunos estudiosos latinoamericanos están de acuerdo con la afirmación de Cioran según la cual el francés es una lengua rígida y que no se aviene muy bien con la libertad del espíritu poético y subjetivo. Y aunque hay ejemplos teóricos de vieja data que habían ya planteado algo similar a las afirmaciones de Cioran, también juega un papel importante la experiencia privada de la lectura. En este sentido, la belleza poética que Breviario de los Vencidos pueda tener, queda realzada en la traducción castellana. Por lo demás, existe un interesante estudio sobre la traducción al francés de las obras de juventud de Cioran hecho por Andreea Maria Blaga: Emil Cioran entre la poésie y la lucidité. Analyse de la traduction française des oeuvres roumaines de Jeunesse. Université Jean Moulin, Lyon III. 2015. http://www.theses.fr/2015lYO30020
[2] Esta idea coincide con la afirmación de A. M. Blaga según la cual Breviario de los Vencidos se caracteriza por “una fuerte nota afectiva. Diríamos que es probablemente el libro de Cioran más subjetivo”. Ibid., 166.
[3] Cioran empezó a escribir este libro en 1940 hasta 1944 año en que lo suspendió; no lo terminó, tal como afirman Cavaillès y Demars en la cronología de Oeuvres, Paris, Gallimard, 2011. En este sentido, no estuvo destinado a ser publicado. Hay que tener en cuenta además la nota escrita por el propio Cioran en la segunda variante del manuscrito, según la Nota del editor de este libro hecha por Humanitas en el 2001: “Ilegible, inutilizable, impublicable/20 de octubre de 1963”. (Cioran. Îndreptar pătimaş. Bucureşti, Humanitas, 2001, p. 6). El texto fue escrito entonces entre sus 29 y 33 años, edad que de acuerdo con la Psicología del Desarrollo marca una etapa de consolidación de la adultez, lo que la hace cualitativamente bien distinta a la del final de la adolescencia, época de sus textos de juventud. Su primera publicación parcial en rumano fue en 1991 y en francés en 1993, cuando ya se encontraba bastante enfermo. Téngase en cuenta también que Cioran llegó a Paris en 1937 y que en 1946 renuncia a escribir en rumano, momento en que empieza a redactar Breviario de podredumbre.
[4] Cioran. Breviario de los vencidos. Op., Cit., p, 18.
[5] Cioran. Breviario de los vencidos. Op., cit., p. 12.
[6] Ibid., 13.
[7] Ibid, 16.
[8] Ver Hegel. La fenomenología del Espíritu. Capítulo III. México. F.C. E. 1985.
[9] Ibid, 19.
[10] Ibid, 115.
[11] Ibid, 45-46.
[12] Ibid, p. 19-20.
[13] Ibid, p. 21.
[14] Este sentimiento se expresa en la obra posterior de Cioran. Por ejemplo, en Cahiers escribe: “No soy el mártir de una causa, soy el mártir del ser. las razones del ser existen solamente en las apariencias por las que uno quisiera morir”[14]. Cioran. Cahiers 1957-1972. París, Gallimard, p. 215.
[15] Ibid, 21
[16] Stănişor, M-G. Cioran et la critique de la poésie, en Approches Critiques VIII, Sibiu, Universităţii Lucian Blaga-Leuven, Les Sept Dormants, 2007 , p. 72
[17] Ibid, p. 22.
[18] Ibid, 22
[19] Marín, J. M. Cioran o el laberinto de la fatalidad. Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2001. 198.
[20] Popescu, N. L’écriture du crépuscule selon Emil Cioran. Tesis doctoral. Universidad de Yale, 1993, p. 19.
[21] Simon, J. citado en Ahmed Sayed Yamani. El poema en prosa árabe: bases teóricas y estéticas. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filología, 2014, p. 61.
[22] Cioran. Breviario de los Vencidos. Op., cit., pieza 37, p. 97-99.
[23] Simon, J. citado en Ahmed Sayed Yamani. Op. Cit., p. 61.
[24]Ibid., 61.
[25] Cioran. Breviario de los vencidos. Op., cit.,, pieza 3, p. 17.
[26] Ibid, pieza 7, p. 24-25
[27] Cioran. Cahiers. Op., cit., p. 209-210.
[28] Ibid, p. 14.
[29] Suzanne Bernard, citada en Millan Alba, J. A. Algunos aspectos del poema en prosa y las categorías del lirismo contemporáneo. www.cervantesvirtual.com/ , p. 29-30.
[30] Millán Alba, J. A. Op., cit., 34.
[31] Ibid, 34.
[32] Cfr . Marín, J. Op., cit., 192.
[33] En una perspectiva hegeliana, la poesía es la esencia de toda creación. En un trabajo dedicado a este tema, R. Velez B. afirma_ “…desde que el hombre se atrevió a representarse el mundo, a sí mismo, a lo divino, estaba creando, y esto no fue posible sino por la imaginación poética; en este sentido es que la poesía es común a todo arte (…) La poesía es la fuerza creadora del espíritu, su poder configurador y, por eso, la apertura a la totalidad del universo; de ahí que sea el principio y culmen del arte como la actividad originaria del espíritu”. Velez, B. Rodrigo. La poesía o el poder artístico del Espíritu en G.W. F. Hegel. Bogotá. Pontificia Universidad Javeriana, 1988, p. 10-11.
[34] Marín, Joan. Op. Cit., 198
*Cioran, citado en Marín, J. Ibid., p. 198.
[35] Marín, Joan. Op. Cit., p. 198.
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